Entre tantos sacos de escayola
Ricardo Hidalgo casi no encuentra la espátula. Nunca destacó por su orden
mientras trabajaba, pero al menos era considerado un profesional serio dentro
de las reformas… y eso es mucho camino andado. Justo cuando el reloj marcó las
once de la mañana, dejó el cubo y la llana en el suelo protegido por un
hojaldre de hojas de periódico (diantres, tenía bastante hambre), procedió a
lavarse las manos y desenvolvió la cobertura de aluminio del bocata que se hizo
antes de salir de casa. Mientras se tomaba ese breve descanso, dejando evaporar
el sudor y calmar la incipiente lumbalgia se permitió el lujo de evadirse en
unas micro-vacaciones admirando las calidades de la vivienda donde estaba
arreglando unos falsos techos.
El mármol de Carrara es el más
conocido. Sólo quién ha leído bastante de historia clásica sabe que el mármol
de monte Pentelikon (Islas Griegas) tiene un reflejo que no es fácil de
encontrar en otras piedras ornamentales. Y si no que se lo digan a los
arquitectos del Partenón, Ictino y Calícatres.
¿Cómo demonios ha conseguido este
intermediario de chatarra y metales hacerse con un hogar para la chimenea con
unas columnatas de este material? ¿Será consciente de su verdadero
valor?
En estas discusiones que siempre ganaba
contra sí mismo recordó que no hace mucho tiempo, junto a su abuelo aprendió la
profesión de cantero. Cerró los ojos y se imaginó cincelando un bloque en bruto
de esta roca llegada de Grecia. Tampoco fue difícil recordarla.
Menuda, flaca y de un color blanco
tan hermoso que ningún bronceado pudiera estropear. Cabello negro y lánguida
mirada. Sólo no parecía ausente cuando escuchaba. Quería dar forma a ese bloque
con martillo y cincel, escoplo y raspines para que su mejor obra de arte le
recordara los días más intensos de su vida. Aquella normanda la tenía
enquistada en la piel, y esta sería una forma perfecta de extirparla como una
apendicitis. Hace más de 15 años que pasó, pero podría esculpir con los ojos
cerrados su silueta íntegra. Sus clavículas sobresaliendo y enlazando con sus
hombros, brazos estrechos y dedos finos. Cabello negro y pecho cálido acorde a
su talle, pelvis ancha y piernas acostumbradas a caminar. Era cuestión de
paciencia, y si ella había tenido la suficiente como para dejar ese recuerdo,
él sabría cómo ir descubriendo su piel bajo la fría superficie del mármol. No
lo haría rítmicamente. No golpearía con una cadencia determinada. Sería
intenso. Racheado y con vigor. Así tallaría su figura. Como cuando estaban
juntos. Empezaría por determinar las proporciones de tamaño y peso, recordaba
que apenas superaba los 50 kg y sus 1,63 cm de altura. Decidió que aunque fuera
más caro no utilizaría una escala que no fuera 1:1 Se lo merece.
El bocata de lomo se acabó, la
transpiración del esfuerzo físico hacía un minuto que había cesado. Trabajaba
no por horas, sino a destajo, por lo que se apresuró a ponerse de nuevo los
guantes, preparar la mezcla y seguir con su tarea…
Papá no debería haber vendido la
cantería.