martes, 3 de octubre de 2017

Cincelando


Entre tantos sacos de escayola Ricardo Hidalgo casi no encuentra la espátula. Nunca destacó por su orden mientras trabajaba, pero al menos era considerado un profesional serio dentro de las reformas… y eso es mucho camino andado. Justo cuando el reloj marcó las once de la mañana, dejó el cubo y la llana en el suelo protegido por un hojaldre de hojas de periódico (diantres, tenía bastante hambre), procedió a lavarse las manos y desenvolvió la cobertura de aluminio del bocata que se hizo antes de salir de casa. Mientras se tomaba ese breve descanso, dejando evaporar el sudor y calmar la incipiente lumbalgia se permitió el lujo de evadirse en unas micro-vacaciones admirando las calidades de la vivienda donde estaba arreglando unos falsos techos.
El mármol de Carrara es el más conocido. Sólo quién ha leído bastante de historia clásica sabe que el mármol de monte Pentelikon (Islas Griegas)  tiene un reflejo que no es fácil de encontrar en otras piedras ornamentales. Y si no que se lo digan a los arquitectos del Partenón, Ictino y Calícatres.
¿Cómo demonios ha conseguido este intermediario de chatarra y metales hacerse con un hogar para la chimenea con unas columnatas de este material? ¿Será consciente de su verdadero valor?
En estas discusiones que siempre ganaba contra sí mismo recordó que no hace mucho tiempo, junto a su abuelo aprendió la profesión de cantero. Cerró los ojos y se imaginó cincelando un bloque en bruto de esta roca llegada de Grecia. Tampoco fue difícil recordarla.
Menuda, flaca y de un color blanco tan hermoso que ningún bronceado pudiera estropear. Cabello negro y lánguida mirada. Sólo no parecía ausente cuando escuchaba. Quería dar forma a ese bloque con martillo y cincel, escoplo y raspines para que su mejor obra de arte le recordara los días más intensos de su vida. Aquella normanda la tenía enquistada en la piel, y esta sería una forma perfecta de extirparla como una apendicitis. Hace más de 15 años que pasó, pero podría esculpir con los ojos cerrados su silueta íntegra. Sus clavículas sobresaliendo y enlazando con sus hombros, brazos estrechos y dedos finos. Cabello negro y pecho cálido acorde a su talle, pelvis ancha y piernas acostumbradas a caminar. Era cuestión de paciencia, y si ella había tenido la suficiente como para dejar ese recuerdo, él sabría cómo ir descubriendo su piel bajo la fría superficie del mármol. No lo haría rítmicamente. No golpearía con una cadencia determinada. Sería intenso. Racheado y con vigor. Así tallaría su figura. Como cuando estaban juntos. Empezaría por determinar las proporciones de tamaño y peso, recordaba que apenas superaba los 50 kg y sus 1,63 cm de altura. Decidió que aunque fuera más caro no utilizaría una escala que no fuera 1:1 Se lo merece.
El bocata de lomo se acabó, la transpiración del esfuerzo físico hacía un minuto que había cesado. Trabajaba no por horas, sino a destajo, por lo que se apresuró a ponerse de nuevo los guantes, preparar la mezcla y seguir con su tarea…
Papá no debería haber vendido la cantería.



Un paseo

Natalia podía oír de fondo a los niños jugando abajo. Desde su apartamento en el tercer piso se podía contemplar una agradable ...