El
descanso
Fátima
difícilmente hubiera aguantado un minuto más sin salir del despacho. Estaba
contenta con su ascenso. Había otros compañeros que también se lo habían
ganado. Pero en este caso la afortunada fue ella. Mientras bajaba las escaleras
para llegar a su remanso de paz particular, repasaba las llamadas que tendría
que hacer cuando subiera de nuevo a su oficina. -”por Dios Fátima, para ya,
desconecta o te volverás loca.”
Se
permitió entonces un pequeño acto de rebeldía: apagaría el móvil durante los 20
minutos que tardaría en la cafetería. Salió de la recepción y andó rápidamente
hasta que cruzó la calle y accedió a la pequeña cafetería de Luis.
Era
uno de esos rincones que van escaseando en las grandes ciudades: recinto
pequeño, con azulejos entre celestes y azules pertenecientes a otras épocas de
humo y clandestinidad. El primer propietario del bar fue el bisabuelo de Luis,
como indicaba orgullosamente el cartel, ajeno a la competencia de los abusivos
neones: “Herederos de Antonio Pelayo, cafeteros. Estab. 1.911”
“Cuatro
generaciones en poco menos de cien años, aunque la Guerra se llevó dos de un
tajo” repetía Luis, henchido de orgullo.
Lo
curioso del establecimiento, y su éxito en el tiempo residía en el aroma de
aquel excelente café. “Luis, me vas a tener que contar tu secreto” le repetían
los asiduos. No se servían pinchos, no se servían bocadillos. Café, Agua,
Chocolote. Bueno, a lo mejor un chorro de Soberano en la tacita de algún
pensionista tranquilo. La intensidad de su olor, entre penetrante y suave,
amargo en el fondo del paladar, pero sutilmente adictivo reunía una pléyade de
seguidores que huían de franquicias de corte moderno.
Fátima
se tomó su café solo sentada en la mesa de mármol con estructura de forja que
milagrosamente había sobrevivido al paso de los años. Con una sonrisa miraba
alrededor. Pudo desconectar de su ritmo para saborear aquel rato rodeada de
extraños, caras conocidas, en su mayoría amigables.
Fátima
sintió siempre curiosidad por conocer el origen de la materia prima del Bar.
“Luis, dime, ¿tu café es colombiano?”, “si te lo dijera, tendría que matarte, y
no sería bueno para el negocio”. “Algún día te despistarás, y me llevaré un
saquito de esos antes de que lo muelas”
Una
mañana que Luis estaba atendiendo al comercial que dejaba el alcohol
semanalmente, Fátima no lo pudo evitar, paso bajo la barra del mostrador y
entró en la alacena donde tenía acumuladas las sacas, selladas con una marca
desconocida que no hacía referencia a ningún país ni denominación de origen
habitual.
Estas
notas están sacadas del periódico de menor tirada barcelonés, día 16 de marzo
2009:
“Desaparece
ejecutiva de empresa multinacional Coreana. Se sospecha de un posible secuestro
de una banda de ...”
“El
mítico Herederos de Pelayo, cierra al público tras 98 años abierto
ininterrumpidamente. Su café era conocido por todos los empleados de la zona,
estimado como uno de los...”
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