“…No sé realmente qué fue lo que
molestó al comité supervisor de mi carta de presentación”
El joven Yun Fo se devanaba los sesos
mientras caminaba rumbo a su pequeño apartamento con el automático puesto. A
veces cuando llegaba a casa se sentía como una especie de paloma mensajera,
puesto que no recordaba con exactitud cómo diablos había alcanzado su
destino. Da igual en qué parte de su
atestada ciudad se encontrase, sabía que su brújula interna rara vez lo
desorientaría.
“Redacción perfecta, ninguna idea
opuesta a lo que El Partido busca en un veinteañero, motivación y entusiasmo…
Por qué no he sido preseleccionado?”
El Partido buscaba constantemente
jóvenes que fueran reemplazando de forma paulatina a los miembros que bien por
edad u hoja de servicio abandonaban la estructura administrativa. No era una
elección profesional habitual para la mayor parte de la gente, pero a Fo le
parecía atractiva la idea de poder trabajar bajo una presión siempre relativa,
recibir un sueldo modesto, pero seguro, además de tener el respaldo de la mayor
maquinaria burocrática a nivel mundial. “Practico deporte, he recitado pasajes
aleatoriamente de los Escritos Fundacionales, tuve un buen expediente académico
y nunca he asistido a manifestaciones políticas…”
La lluvia apenas perceptible calaba
poco a poco el permeable tejido de algodón de su zamarra, pero ni así lograba
despejar la idea del rechazo. Tenía la sensación de que no dejaría nunca de
picar verduras en el puesto de comida rápida de la esquina norte de la Calle
Huai. El régimen dictatorial (El Partido prefería utilizar el término de
“Sólida Democracia”) se había convertido en un quiste que ni crecía ni encogía.
Ciento cincuenta años de mandato otorgaba una
aceptación popular que espaciaba cada vez más los intentos de crítica y
protesta. En cierto modo, tampoco apretaban mucho el cuello del pueblo.
A Fo nunca le habían disparado, ni
siquiera había recibido de joven un puñetazo. Era el modelo de persona que
siempre evitaba el conflicto cuando lo olía.
Por esa razón cuando la bala lo
atravesó diagonalmente, entrando por el hombro derecho y saliendo por el estómago,
en ese mismo instante no sabía qué experimentaba su cuerpo. “Qué incomodo
estoy” fue lo último que atinó a enlazar su cerebro. Al menos la muerte fue
rápida.
El equipo de limpieza estaba apostado
en uno de los portales cercanos, por lo que a Fo no le dio tiempo ni de caerse
al suelo. Fue metido rápidamente en el furgón de recogida. Tras una llamada a
uno de los funcionarios del Partido (a lo mejor era el puesto al que optaba
esta mañana), sus datos en la base central fueron borrados. Sus padres, que vivían
a unos 1.200 km en Manchuria, recibirían un telegrama de fallecimiento por
infarto, junto con los 300 dinarios (el equivalente a un buen almuerzo) de la
ayuda por defunción que generosamente daba El Partido.
Transcripción de la nota
enviada por los investigadores en la inspección de la casa de Fo: “Joven
disciplinado. Higiene escrupulosa. Estantes bien ordenados y sin ningún libro
prohibido. Revisadas llamadas telefónicas y agenda de contactos. Amigos no
adscritos a ningún sindicato prohibido. Aparentemente apto para el servicio.
Nota adicional: hemos encontrado en
la papelera escrito a lápiz una lista de compra del supermercado, que en el
reverso tenía la siguiente frase de su puño y letra:
-Desabrocha tu mente tantas veces
como desabrochas tu bragueta. Piensa-”